En una ocasión, mi suegra me contó una historia de vuestro pueblo que hacía mención a un vecino de la zona.
El hombre tenía seis vacas, todas ellas tan flacas que parecían tísicas.
El buen señor se pasaba la vida lamentándose de su mala suerte. No alcanzaba a comprender como el mal fario lo monopolizaba él solo. Sus conocidos de pueblos cercanos también tenían vacas, pero éstas, a diferencia de las suyas, estaban gordas y lustrosas y les daban buenos dividendos a sus dueños en leche y terneros.
Él ni siquiera podía obtener leche para el consumo de su casa y lo de criar terneros le parecía misión imposible, dado el estado tan lamentable de los animales. Tal era su pobreza, que sus hijos tuvieron que emigrar para ganarse la vida.
Pensaba que los prados de los vecinos eran más verdes, los pastos más alimenticios y el agua de mejor calidad. Sus amigos, apiadados del pobre hombre, le aconsejaron que llamase al veterinario, que seguramente las vacas, dada su delgadez, tenían la tenia (solitaria) y con un sencillo tratamiento lo remediaría. El paisano era terco como una mula y contra más le aconsejaban llamar al veterinario para tratar la tenia, él más se reafirmaba en la mala calidad de sus prados, del agua y de la fatalidad que le perseguía.
Un día murió la primera vaca, a ésta le siguió la segunda y a ésta la tercera y así hasta que agonizó la última. Antes de enterrar la postrera vaca, pensó que tenía que constatar que tenía razón, y con un machete dio un tajo en la barriga del animal; un amasijo de intestinos se precipito por el suelo, dio un segundo corte a una de las tripas y ante su estupor.. ¡ allí estaba retorciéndose una inmensa solitaria ! El parásito había matado a sus vacas, las había chupado la vida poco a poco.
El hombre estaba desesperado, no por no atender a las razones de sus amigos y no haber llamado al veterinario, sino porque una vez más, la vida y la mala suerte se habían conjurado contra él, dándole, además de prados y agua de mala calidad, animales endebles y enfermizos; mientras derrochaban generosidad con los otros ganaderos.
Ni quito ni pongo, cuento la historia tal y como me la contó mi suegra, pero conociéndola como la conozco, yo creo que se la inventó y pretendió que yo encontrase alguna moraleja.