Voy a contar algo de la historia de mi infancia, si la memoria no me falla. No fue de color de rosa, sino de trabajos y miserias.
Nací en el pueblecito de El Cardoso de la Sierra. Aquí tuve una gran amiga; vivíamos enfrente nada más cruzar la calle.
Elisa, que así se llamaba mi amiga, perdió a su madre muy joven y yo perdí a mi padre siendo muy pequeña. Ella quedó al cuidado de su padre, quien no la dejaba salir de casa, por eso era yo la que iba a su casa para hacerle compañía y contarnos nuestras cosas.
Su padre nos enseñaba romances antiguos, que nos aprendíamos de memoria. Juntas íbamos a acarrear, trillar y a por las cargas de leña que hacía su padre, además de las tareas de la casa. Juntas íbamos al baile y a las fiestas, cuando ya teníamos más edad, por ello nos veis en alguna foto antigua.
Voy a contar una anécdota, que casi sirve de cuento, pues aun queda en mi memoria su recuerdo.
Un día fuimos a coger gamones, una planta que crecía en las praderas con la que se alimentaba a los cerdos, a un prado de su padre y de su tío Eladio. Su tío que nos vio, vino hacia nosotras como una fiera y comenzó a reñirnos, a atemorizarnos con que se lo contaría a nuestros padres y nos sacaría una buena multa. Tal fue el miedo que nos invadió, que nos vinimos corriendo a casa. Elisa saltó por una ventana que daba al corral, se metió en casa y se acostó sin decir nada. Su padre, impaciente, vino a buscarme y preguntó por su paradero. Le dije que se había ido a casa y tras buscarla se la encontró en la cama.
¡ Qué respeto se le tenía a los mayores ! Todavía no he podido olvidar la furia de aquel hombre, simplemente por pisar un poco la hierba del prado. ¡ No merecía la pena !
Elisa se casó joven, antes que yo, pero no se perdió nuestra amistad que fue siempre sincera. Cuando tuvo la primera niña, me la dejaba, cuando tenía que salir al campo. Íbamos juntas a las bodas de sus parientes de la Hiruela y dormíamos en casa de su prima Felisa; también nos acompañaba su prima Amalia.
Por circunstancias de la vida, se fue a vivir a Móstoles, donde su marido tenía más trabajo. Por entonces yo me quedé en el pueblo, pero pronto también tuve que emigrar. Vivíamos cerca, ella en Móstoles y yo en Villaviciosa, y seguíamos visitándonos cuando podíamos.
Elisa enfermó, por lo que estuvo ingresada en el hospital. Fui a verla el día que le daban el alta, pero los médicos quisieron hacerle una prueba antes de salir, con tan mala suerte que, debido a un fallo, perdió la vida.
Allí estábamos su hija Antonia y yo esperando, cuando nos dijeron que había muerto. Nos quedamos de piedra con la noticia. Su marido enfermó, no quería vivir, y el sufrimiento le mató.
Una triste historia que terminó mal, pero la amistad sigue entre los que quedamos vivos.
Septiembre-2012
“La imagen de mi madre perdura en mi memoria, con su pelo blanco y su mirada sincera. Con tu historia has resucitado el dolor de su ausencia que siempre nos acompaña a mis hermanas y a mí.
Gracias Felipa, por recordar con cariño a la que fue un ángel y nunca hizo mal.”
Bienvenido Martín